martes, 4 de junio de 2013

Evangelio de hoy...

   
 

   (Mc 12,13-17): Maestro, sabemos que eres veraz y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios...

   Me quiero detener en esta primera parte del evangelio, porque más que un halago parece un reproche hacia Jesús. Según este interlocutor, las enseñanzas de Jesús parecen deshumanizadoras, frías y déspotas.

   Esta es la mentalidad que muchos de nosotros tenemos a la hora de valorar el camino de la fe, el camino de conversión. Más de una ves he escuchado decir: ¿Por qué todo lo bueno, tiene que estar prohibido? Muchos piensan así, ven a Dios cómo un rival de su felicidad, alguien que sólo se alegra en delimitar las posibilidades del hombre y su entorno.

  No se fían de Dios y por esto ven una rivalidad entre Dios y el mundo, parece que lo bueno que hay en el mundo se opone a Dios y viceversa. De allí la pregunta ¿Pagamos o no pagamos?. Cómo si Dios no tuviera la capacidad de hacer feliz al hombre, ni hacer justicia. Esta pregunta es una invitación a tomar la justicia en tus manos, no aceptar la cruz. Ante lo que no entendemos lo mejor es pasar de Dios, ya que es un déspota que sólo se preocupa por El, y se olvida de sus hijos.

  Aquí os dejo un extracto de la homilía del Papa emérito Benedicto XVI, en el inicio de su pontificado (24-04-05), que no tiene desperdicio.

  En este momento mi recuerdo vuelve al 22 de octubre de 1978, cuando el Papa Juan Pablo II inició su ministerio aquí en la Plaza de San Pedro. Todavía, y continuamente, resuenan en mis oídos sus palabras de entonces: “¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!” El Papa hablaba a los fuertes, a los poderosos del mundo, los cuales tenían miedo de que Cristo pudiera quitarles algo de su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la libertad a la fe. Sí, él ciertamente les habría quitado algo: el dominio de la corrupción, del quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad. Pero no les habría quitado nada de lo que pertenece a la libertad del hombre, a su dignidad, a la edificación de una sociedad justa. Además, el Papa hablaba a todos los hombres, sobre todo a los jóvenes. ¿Acaso no tenemos todos de algún modo miedo –si dejamos entrar a Cristo totalmente dentro de nosotros, si nos abrimos totalmente a él–, miedo de que él pueda quitarnos algo de nuestra vida? ¿Acaso no tenemos miedo de renunciar a algo grande, único, que hace la vida más bella? ¿No corremos el riesgo de encontrarnos luego en la angustia y vernos privados de la libertad? Y todavía el Papa quería decir: ¡no! quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera. Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida. Amén.

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