(Mc 12,1-12): En aquel tiempo, Jesús comenzó a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores, y se ausentó...
Los comentaristas bíblicos, dicen que no era normal para la época que una viña, tuviese tantos lujos; lo que quiere decir que el dueño de la viña se esmeró en edificarla.
De igual forma pasa con nosotros, el Señor nos ha tratado con cariño, nos ha dado una vida, una familia, etc. Y nosotros nos hemos apropiado de la viña (nuestra vida), no hemos sabido entregar los frutos; porque hemos creído que la viña es gracias a que yo hago bien las cosas (pero cuando salen mal la culpa es de El).
Como sacerdote, cuando me toca acompañar a morir a alguien, o cuando visito a los ancianos, me da pena porque muchos se quejan que han vivido una vida frenética (negocios, trabajo, las prisas de la vida), sin reparar nunca en nadie, pensando que gracias a ellos la viña seguía en pie; pero solo al final de sus vidas se dan cuenta que la viña era arrendada. Y cada vez que venía el Viñador a buscar frutos apaleaban a sus enviados (mendigos, un hijo que demanda cariño, los abuelos que necesitan a tención).
Esto pasa con nosotros vivimos rigidamente y llenos de miedo, pensando que la viña es mía.
Que la Virgen María, refugio de los pecadores, nos haga ver que la vida de cada uno es un don, y no una obligación.
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