En estos días confesando a una persona, esta me decía que no se sentía nada mal cuando pecaba, y eso que en su caso era un pecado muy grave. Dicha persona quería justificar su pecado, apoyándose en que él, no sentía nada al cometerlo, incluso le parecía algo justificado, debido a las circunstancias que rodeaban su situación.
Este tipo de razonamiento es muy peligroso; ya que si la medida de nuestra conciencia es, si siento o no siento nada al cometer un pecado; esto nos puede llevar a una verdadera tragedia en nuestras vidas. El poner nuestro límite de actuación en el sentir, es relativo, ya que nuestra conciencia puede estar muy mal formada, incluso estropeada, debido a que el mismo pecado se encarga de ir quitando sensibilidad a nuestra conciencia.
La sensibilidad (que no la sensiblería), es algo muy necesario para guiarnos en la vida, pero si perdemos la sensiblidad, nos puede dar igual todo. Pero el problema es que la sensibilidad se puede perder de manera rápida, incluso sin darnos cuenta. Por eso la Iglesia siempre ha contado con la imagen del confesor, director espiritual, consejero.
Muchos asesinos cuando cuentan su testimonio concuerdan en la misma experiencia; que el primer asesinato es el que les cuesta, porque después matar se convierte en una rutina. Cuando la Segunda Guerra mundial termino, preguntaban a algunos nazis si eran conscientes de la barbarie que cometieron, decían que en ese momento les parecía algo normal. Vemos así como la sensibilidad, se puede llegar a perder, logrando que aquello que pensabamos que jamás haríamos, lo terminamos aceptando.
Vivimos en una sociedad, en la que todos los medios de comunicación tienen como finalidad, deformar nuestra sensibilidad hacia el mal. Los abortos son algo común (que no normal), la homosexualidad, la relaciones sexuales entre jóvenes, la violencia explícita, etc. Esto ha ido calando poco a poco en la conciencia de todos, y lo que antes nos parecía mal, ahora ya no importa tanto; incluso ha pasado a marcar la pauta en la vida de muchos.
Pero el hecho de que hayamos perdido la sensibilidad ante el pecado, no quiere decir que no sintamos sus efectos. Porque el pecado puede que satisfasga nuestros sentidos, pero no nuestra alma. Y a la larga nos vamos convirtiendo en esos muertos vivientes que hacen como que viven.
La confesión siempre ha servido para esto, para hacer que no perdamos el norte en nuestras vidas, para que el pecado no vaya poco a poco anestesiando nuestras conciencias, y poco a poco vayamos cayendo más hondo. No tengas miedo de confesar, que no sólo es para reconocer nuestros pecados, sino para poder vivir una vida más plena y, alegre, ya que por más que no sepas que estás haciendo algo malo; si, percibes sus efectos en tu vida diaria como son la tristeza, el hastío, la melancolía, etc.
Y recuerda que nuestro Señor Jesucristo, ha venido a buscar a los pecadores y no a los justos; y que no hay ningún pecado que supere la misericordia de Dios.
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