sábado, 15 de junio de 2013

Evangelio del Domingo...


(Mt 7,36—8,3): Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de Él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.


  Es curioso que casi todos los que conocen a Jesús en los evangelios son pecadores de notoriedad, la pecadora pública, el buen ladrón, los mismos apóstoles. Aquellos que se sentían tan seguro de sí, no encontraron con Jesús.

  Este es el caso de este fariseo, que invita a su casa a comer a Jesús, y lo trata con total desgano, tanto es así que ni cumple con las normas de cortesía con su invitado, que se usaban entonces. Este fariseo está tan lleno de sí, que le sobra todo, el hecho de invitar a Jesús al parecer es la simple curiosidad, o el afán de engordar su sabiduría, en pocas palabras no necesita de Dios.

  Pero la pecadora pública, es una mujer que su vida debía estar tan vacía, tan rota; que no tiene nada en que apoyarse. Su entrada en escena es un tanto violenta imaginaos, en medio de una comida, y aparece de pronto una mujer, que unge a Jesús, le seca los pies con sus cabellos, etc. Esto debió sorprender a todos.

  Esta es la experiencia nuestra, a veces no vamos a Jesús de una manera decidida, sin tanto protocolo, porque nos sentimos protegidos por nuestros ídolos (dinero, sexo, prestigio); pero cuando nuestra vida se hace añicos, por una enfermedad, una depresión, etc. Es allí cuando vemos lo engañados que estábamos que creíamos que la vida nos venía porque ganamos un sueldo, porque somos jóvenes, porque tenemos salud.

  La vida nos viene de Cristo, y sólo de Él, pero que pena que a veces no nos damos cuenta hasta que está todo perdido, humanamente hablando; porque cuando nuestra vida se rompe, es cuando empezamos a vivir de verdad, ya que nos apoyamos en Cristo, como nuestro único salvador. 




  Que la Virgen, Consuelo de los afligidos, nos regale la tranquilidad en medio de nuestras tribulaciones.

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