Julián Pozo Ruiz de Samaniego, Beato
La
infancia de Julián, un camino vocacional a la vida Religiosa
Nació en el pequeño pueblo alavés llamado Payueta un 7 de enero de 1903, recibiendo el día 9 siguiente el bautismo en la Parroquia del pueblo, dedicada a San Juan Bautista y recibiendo el nombre de Julián. Fueron sus padres Toribio Pozo Fernández y Micaela Ruiz de Samaniego Viana, una familia de hondas raíces de fe. Desde pequeño destacó por ser un chico sincero, noble, obediente y vivo para el aprendizaje. Recibió el sacramento de la Confirmación el 19 de abril de 1912 en Peñacerrada (Álava) de manos del Obispo de Vitoria Mons. José cadena y Eleta.
Teniendo como fuente principal el Curriculum vitae (Nava del Rey-1920) que escribió como ejercicio del noviciado. Nos cuenta que desde pequeño sintió en su corazón el deseo de ser religioso y misionero. Este deseo fue alimentado mediante la oración, sendas por las que anduvo precozmente desde esos 8 ú 9 años. ”Llegado a los 10 años fuime penetrando poco a poco de la vanidad del mundo y de la dicha, paz y franca alegría del claustro” (Curriculum Vitae, p. 2) a causa de la oración y la meditación. Su madre también alentó tales deseos de la Vida Religiosa mediante los recuerdos que tenía del Espino, donde había ido ella a visitar a un hermano.
Dios que pone deseos en el corazón de Julián, le abre las puertas para verlos realizados. La ocasión se presentó con la muerte de su abuela. Fue al pueblo el tío redentorista hermano de su madre P. Félix Ruiz de Samaniego; enterado de los deseos de su sobrino, exhortó y alentó a Julián a mantenerse en ellos; pero al ser demasiado joven, el P. Félix puso los ojos en otro sobrino que era un poco mayor que Julián. Pero el mismo Julián nos dice que “Dios, que hace lo que quiere y que no haya obstáculos a su voluntad, permitió en sus profundos juicios que se enfriase el fervor del primo y abandonase por entero los proyectos de la vocación. Entonces sin pensar más en mi corta edad, secundó el tío los planes del cielo” (Curriculum, pp. 3-4), abriéndole las puertas del Seminario menor que los Redentoristas tenían en El Espino (Burgos), donde ingresó el domingo 30 de agosto de 1913.
El tiempo en el jovenado trascurrió con el decurso normal de la adolescencia; según Julián se sentía feliz por ver como se iba haciendo realidad su sueño; esta felicidad fue acompañada por un proceso de crecimiento en su espíritu de contemplación. El 6 de abril de 1915 deja el Espino y se pone en marcha a Cuenca; allí los Redentoristas van a abrir otro seminario en el Convento de San Pablo y pata echarlo a andar trasladan a algunos de los jovenistas de El Espino. Poco nos ha dejado de este tiempo en su Curriculum. Allí, en Cuenca, permaneció preparándose para el noviciado hasta el 9 agosto de 1919, víspera del inicio del retiro para la recepción del hábito, en que tuvo lugar un contratiempo que probaron la verdad de su vocación y el amor que sentía hacia la Congregación del Santísimo Redentor: “acaeció pues, que los superiores viendo mi complexión debilitada, juzgaron conveniente que fuera a pasar una larga temporada junto al calor del hogar paterno. Esta noticia cayó de sorpresa sobre mí, la víspera del retiro de la toma de hábito, 9 de agosto de 1919. Supliqué; prometí; mas todo en vano. Tomé la resolución de no cejar en el asunto, dando gracias a Dios por la vocación que sentía y conformándome con su santa voluntad” (Curriculum pp. 4-5). Se encomendó a la Virgen pidiéndole que tomara cartas en el asunto; y el 14 de agosto se le comunica que se le esperaba en el Noviciado, en Nava del Rey (Valladolid). Según la lectura que hacía del hecho Julián “era la mano de María, era la amorosa Providencia de Dios. Sin mi noticia se me despidió; sin mi cooperación se me volvió a admitir” (Curriculum, pp. 5-6). El día 25 de agosto de 1919, junto con sus compañeros, vestía el hábito redentorista, iniciando así su noviciado bajo la guía del P. Rafael Cavero.
La vida de Julián como redentorista, un camino de preparación al martirio
Julián, después del año de noviciado, profesa en Nava del Rey (Valladolid) el 26 de agosto de 1920, tras lo cual se encamina a Astorga para realizar sus estudios sacerdotales. Si su infancia va a estar centrada en sortear las dificultades para realizar los deseos que Dios puso en su corazón de ser religioso, su vida como redentorista va a estar centrada en asumir en su proyecto vital la enfermedad crónica que le harán no apto para la vida apostólica de Misionero. Junto a la enfermedad, creció en él la aceptación de la limitación, y la alegría, el optimismo y el comunicarse siempre contento; la sonrisa siempre la tuvo a flor de piel. La fuente de la que nos serviremos serán las cartas envió a su familia. En ellas destaca y expresa un amor hacia su madre, su padrastro y hermanastros. No sólo quería a las personas, sino que había cultivado una facilidad para comunicar ese cariño.
En 1921 se le desencadena una tuberculosis en el pulmón derecho. Con la exhumación y recognición de sus restos en 2008 se le diagnosticó un proceso reumático de notable gravedad que es el conocido como enfermedad de BETCHEREW, que produce anquilosamiento de unos u otros segmentos de la columna vertebral y en los casos avanzados, aparte de la limitación de movilidad del tronco, insuficiencia respiratoria. Este problema le degeneró en una tuberculosis crónica. El 1 de diciembre el Provincial le permite que vaya una temporada a su casa paterna de Payueta para que se recupere. Efectivamente, se produce una notable mejoría. De regreso a Astorga, y poniendo esfuerzo por su parte, se puso en los estudios a la altura de sus compañeros y obtuvo muy buenas calificaciones (Cf. Carta a su familia de Astorga, 6 de abril de 1922). El estudio lo deja agotado y le hace vivir un estado de debilidad continuada; a pesar de ello va creando dentro de sí un espíritu alegre, optimista y contento.
El 15 de agosto de 1923 de nuevo tuvo una hemorragia que le duró 4 días. Según él una lección de realidad: “el día de la Asunción, fiesta solemne... y yo inmóvil, enclavado en cama, arrojando la vida en dolorosas bocanadas de sangre… Este contraste… me aferró más as mi vocación …” (Cf. Carta desde Astorga, 27 de septiembre de 1923). La revisión médica le prescribe descansar del estudio y restablecerse por las fuerzas naturales. Para ello se trasladará una temporada a Nava del Rey, a la casa noviciado. De regreso a Astorga se ordena de Subdiaconado el 14 de junio de 1925 de manos de Antonio Lenzo Lázaro; y después de recibir el Diaconado se ordena de Presbítero el 27 de septiembre de 1925.
El 3 de diciembre de 1925 el P. Julián Pozo va destinado a Granada, por motivos de salud. Como sacerdote y podrá ayudar en aquella comunidad según se lo permitan sus fuerzas. Allí conocerá a la Sierva de Dios Conchita Barrecheguren, también tuberculosa como él, a la que algunas ocasiones pudo consolar con la Eucaristía. Esta moría con fama de santidad el 13 de mayo de 1927, reconfortada por el auxilio de los sacramentos de la Reconciliación y de la Santa Unción y de la Eucaristía como viático y el acompañamiento del P. Julián. No sólo los unió la enfermedad y este momento; la vida de contemplación de ambos es similar. El P. Julián será posteriormente un divulgador de la vida de Conchita regalando su biografía (Cf. Carta dirigida a su hermana Elisa. Cuenca, 16 de marzo de 1935). El 30 de octubre de 1927 sale de Granada con dirección a Cuenca.
Desde los primeros días de noviembre de 1927 hasta el día de su martirio su vida transcurrirá en Cuenca. Este destino fue interrumpido desde el 27 de junio de 1933 al 4 de octubre de 1934 en que va destinado a El Espino (Burgos) como confesor de los jovenistas. Un nuevo brote tuberculoso le obligarán a dejar esta actividad pastoral y volver a Cuenca. Aunque tuvo que cuidarse debido a su enfermedad, no eran pocas las personas que reclamaban su consejo, siempre inteligente, sensato y lleno de trascendencia.
Su vida caracterizada por la enfermedad, la oración, la alegría expresada en forma de sonrisa, el cariño y las atenciones para con los demás y la aceptación de la propia limitación fueron madurando en él una santidad de vida que culminó con su martirio. En una carta a sus padres desde Cuenca, con fecha de 9 de septiembre de 1935 dice: “… pero ahora para vivir en estrecho lazo en el hermoso cielo que espero está cercano! ¡Que alegría vivir desprendido de afectos desordenados y terrenos y esperar un cielo eterno! Esto pido para ustedes, esto pidan para mí: vivir escondidos con Cristo (en gracia) en Dios para después (muy pronto, pues la vida es viento) triunfar en el cielo. Encomiéndoles a la Mamá del cielo…”. El 7 de octubre de 1928 el Superior de Cuenca, P. Joaquín Chaubel, le escribió a su familia comunicándole el estado de la enfermedad; les decía: “No creo que sea nada inminente, pero juzgo necesario avisarles. Nuestro buen padre es un santito y creo que está deseando la muerte; así hacen las almas escogidas. Él mismo ha pedido todos los sacramentos y yo no he querido negárselos. A las tres y media de la madrugada acabo de dárselos y los ha recibido con gran devoción”.
La muerte de Julián, consecuencia lógica de su vida
Acostumbrado a mantener la caridad, esperanza y fe en medio de la enfermedad, y viviendo en medio de la tensión política en aquella Cuenca de 1936, fue madurando en su interior la idea del martirio. Un día, mientras contemplaba desde la azotea del convento una manifestación izquierdista, ante las proclamas de aquella comentó: “Qué dicha si pudiéramos morir mártires”.
Salió de San Felipe el día 20 de julio de 1936 junto con el H. Victoriano, que se responsabilizó de su atención a causa de la enfermedad. Se alojaron en la casa de Dª Eugenia y Joaquina Muñoz Girón (C. Andrés Cabrera nº 22) donde llevaron vida de recogimiento y oración, disponiéndose para lo que pudiese pasar. El tiempo que permanecieron allí, comenzó a intuir el fatal destino martirial y suspirando por él, entre bromas, decía: “Nosotros no tenemos mártires; a ver si vamos a ser los primeros mártires”. El 25 de julio, en que por indicación del superior, ambos fueron a alojarse en el Seminario, donde coincidió con el P. Gorosterratzu.
El día 31 de julio fueron martirizados los PP. Olarte y Goñi; el día 7 de agosto lo fueron un sacerdote y su sobrino abogado; el 8 sacaron del Seminario, donde estaba el P. Pozo al Sr. Obispo y a su secretario; el día 9 de agosto le tocó el turno al P. Julián Pozo que caminó junto al sacerdote D. Juan Escribano García.
Sus cadáveres fueron recogidos “en el hectómetro segundo del kilómetro ocho de la carretera de Cuenca a Tragacete próximo a esta Capital [de Cuenca]” (Cf. Acta de defunción del Beato Julián Pozo Ruiz de Samaniego: Registro Civil de Cuenca, Sección 3ª, Tomo 42, Folio 324, Número 642; inscrita el 13 de agosto de 1936). La causa de la muerte, según la presente certificación, fue una herida cerebral. “D. Crisóstomo Escribano pidió que le dejaran ir al martirio con sotana. Se lo concedieron. Después de herido todavía pudo gritar un ¡Viva Cristo Rey! –‘¿Todavía te atreves a gritar?’- le increparon los asesinos. Y en otra descarga lo abrasaron a balazos. Cuando el Juzgado levató los cadáveres se le encontró el escapulario colgado del cuello, el rosario en una mano y el crucifijo en la otra. ¡Todo un arsenal para el triunfo. El Padre Pozo murió como había vivido: en actitud amorosa de víctima; en postura de mártir clásico; de rodillas y rezando el rosario… seguro que sonrió a los verdugos y a las balas. Había sonreído siempre a todos y a todo, y se puede asegurar que no perdió la sonrisa sino con la vida” (De Felipe, Nuevos Redentores, Madrid, PS. 1962, p. 188).
S.S. Benedicto XVI firmó el 20 de diciembre de 2012 el decreto con el cual se reconoce el martirio del Siervo de Dios José Javier Gorosterratzu y cinco compañeros de la Congregación del Santísimo Redentor, lo cual permitirá su beatificación, misma que se realizara -Dios mediante- el 27 de octubre de 2013.
Nació en el pequeño pueblo alavés llamado Payueta un 7 de enero de 1903, recibiendo el día 9 siguiente el bautismo en la Parroquia del pueblo, dedicada a San Juan Bautista y recibiendo el nombre de Julián. Fueron sus padres Toribio Pozo Fernández y Micaela Ruiz de Samaniego Viana, una familia de hondas raíces de fe. Desde pequeño destacó por ser un chico sincero, noble, obediente y vivo para el aprendizaje. Recibió el sacramento de la Confirmación el 19 de abril de 1912 en Peñacerrada (Álava) de manos del Obispo de Vitoria Mons. José cadena y Eleta.
Teniendo como fuente principal el Curriculum vitae (Nava del Rey-1920) que escribió como ejercicio del noviciado. Nos cuenta que desde pequeño sintió en su corazón el deseo de ser religioso y misionero. Este deseo fue alimentado mediante la oración, sendas por las que anduvo precozmente desde esos 8 ú 9 años. ”Llegado a los 10 años fuime penetrando poco a poco de la vanidad del mundo y de la dicha, paz y franca alegría del claustro” (Curriculum Vitae, p. 2) a causa de la oración y la meditación. Su madre también alentó tales deseos de la Vida Religiosa mediante los recuerdos que tenía del Espino, donde había ido ella a visitar a un hermano.
Dios que pone deseos en el corazón de Julián, le abre las puertas para verlos realizados. La ocasión se presentó con la muerte de su abuela. Fue al pueblo el tío redentorista hermano de su madre P. Félix Ruiz de Samaniego; enterado de los deseos de su sobrino, exhortó y alentó a Julián a mantenerse en ellos; pero al ser demasiado joven, el P. Félix puso los ojos en otro sobrino que era un poco mayor que Julián. Pero el mismo Julián nos dice que “Dios, que hace lo que quiere y que no haya obstáculos a su voluntad, permitió en sus profundos juicios que se enfriase el fervor del primo y abandonase por entero los proyectos de la vocación. Entonces sin pensar más en mi corta edad, secundó el tío los planes del cielo” (Curriculum, pp. 3-4), abriéndole las puertas del Seminario menor que los Redentoristas tenían en El Espino (Burgos), donde ingresó el domingo 30 de agosto de 1913.
El tiempo en el jovenado trascurrió con el decurso normal de la adolescencia; según Julián se sentía feliz por ver como se iba haciendo realidad su sueño; esta felicidad fue acompañada por un proceso de crecimiento en su espíritu de contemplación. El 6 de abril de 1915 deja el Espino y se pone en marcha a Cuenca; allí los Redentoristas van a abrir otro seminario en el Convento de San Pablo y pata echarlo a andar trasladan a algunos de los jovenistas de El Espino. Poco nos ha dejado de este tiempo en su Curriculum. Allí, en Cuenca, permaneció preparándose para el noviciado hasta el 9 agosto de 1919, víspera del inicio del retiro para la recepción del hábito, en que tuvo lugar un contratiempo que probaron la verdad de su vocación y el amor que sentía hacia la Congregación del Santísimo Redentor: “acaeció pues, que los superiores viendo mi complexión debilitada, juzgaron conveniente que fuera a pasar una larga temporada junto al calor del hogar paterno. Esta noticia cayó de sorpresa sobre mí, la víspera del retiro de la toma de hábito, 9 de agosto de 1919. Supliqué; prometí; mas todo en vano. Tomé la resolución de no cejar en el asunto, dando gracias a Dios por la vocación que sentía y conformándome con su santa voluntad” (Curriculum pp. 4-5). Se encomendó a la Virgen pidiéndole que tomara cartas en el asunto; y el 14 de agosto se le comunica que se le esperaba en el Noviciado, en Nava del Rey (Valladolid). Según la lectura que hacía del hecho Julián “era la mano de María, era la amorosa Providencia de Dios. Sin mi noticia se me despidió; sin mi cooperación se me volvió a admitir” (Curriculum, pp. 5-6). El día 25 de agosto de 1919, junto con sus compañeros, vestía el hábito redentorista, iniciando así su noviciado bajo la guía del P. Rafael Cavero.
La vida de Julián como redentorista, un camino de preparación al martirio
Julián, después del año de noviciado, profesa en Nava del Rey (Valladolid) el 26 de agosto de 1920, tras lo cual se encamina a Astorga para realizar sus estudios sacerdotales. Si su infancia va a estar centrada en sortear las dificultades para realizar los deseos que Dios puso en su corazón de ser religioso, su vida como redentorista va a estar centrada en asumir en su proyecto vital la enfermedad crónica que le harán no apto para la vida apostólica de Misionero. Junto a la enfermedad, creció en él la aceptación de la limitación, y la alegría, el optimismo y el comunicarse siempre contento; la sonrisa siempre la tuvo a flor de piel. La fuente de la que nos serviremos serán las cartas envió a su familia. En ellas destaca y expresa un amor hacia su madre, su padrastro y hermanastros. No sólo quería a las personas, sino que había cultivado una facilidad para comunicar ese cariño.
En 1921 se le desencadena una tuberculosis en el pulmón derecho. Con la exhumación y recognición de sus restos en 2008 se le diagnosticó un proceso reumático de notable gravedad que es el conocido como enfermedad de BETCHEREW, que produce anquilosamiento de unos u otros segmentos de la columna vertebral y en los casos avanzados, aparte de la limitación de movilidad del tronco, insuficiencia respiratoria. Este problema le degeneró en una tuberculosis crónica. El 1 de diciembre el Provincial le permite que vaya una temporada a su casa paterna de Payueta para que se recupere. Efectivamente, se produce una notable mejoría. De regreso a Astorga, y poniendo esfuerzo por su parte, se puso en los estudios a la altura de sus compañeros y obtuvo muy buenas calificaciones (Cf. Carta a su familia de Astorga, 6 de abril de 1922). El estudio lo deja agotado y le hace vivir un estado de debilidad continuada; a pesar de ello va creando dentro de sí un espíritu alegre, optimista y contento.
El 15 de agosto de 1923 de nuevo tuvo una hemorragia que le duró 4 días. Según él una lección de realidad: “el día de la Asunción, fiesta solemne... y yo inmóvil, enclavado en cama, arrojando la vida en dolorosas bocanadas de sangre… Este contraste… me aferró más as mi vocación …” (Cf. Carta desde Astorga, 27 de septiembre de 1923). La revisión médica le prescribe descansar del estudio y restablecerse por las fuerzas naturales. Para ello se trasladará una temporada a Nava del Rey, a la casa noviciado. De regreso a Astorga se ordena de Subdiaconado el 14 de junio de 1925 de manos de Antonio Lenzo Lázaro; y después de recibir el Diaconado se ordena de Presbítero el 27 de septiembre de 1925.
El 3 de diciembre de 1925 el P. Julián Pozo va destinado a Granada, por motivos de salud. Como sacerdote y podrá ayudar en aquella comunidad según se lo permitan sus fuerzas. Allí conocerá a la Sierva de Dios Conchita Barrecheguren, también tuberculosa como él, a la que algunas ocasiones pudo consolar con la Eucaristía. Esta moría con fama de santidad el 13 de mayo de 1927, reconfortada por el auxilio de los sacramentos de la Reconciliación y de la Santa Unción y de la Eucaristía como viático y el acompañamiento del P. Julián. No sólo los unió la enfermedad y este momento; la vida de contemplación de ambos es similar. El P. Julián será posteriormente un divulgador de la vida de Conchita regalando su biografía (Cf. Carta dirigida a su hermana Elisa. Cuenca, 16 de marzo de 1935). El 30 de octubre de 1927 sale de Granada con dirección a Cuenca.
Desde los primeros días de noviembre de 1927 hasta el día de su martirio su vida transcurrirá en Cuenca. Este destino fue interrumpido desde el 27 de junio de 1933 al 4 de octubre de 1934 en que va destinado a El Espino (Burgos) como confesor de los jovenistas. Un nuevo brote tuberculoso le obligarán a dejar esta actividad pastoral y volver a Cuenca. Aunque tuvo que cuidarse debido a su enfermedad, no eran pocas las personas que reclamaban su consejo, siempre inteligente, sensato y lleno de trascendencia.
Su vida caracterizada por la enfermedad, la oración, la alegría expresada en forma de sonrisa, el cariño y las atenciones para con los demás y la aceptación de la propia limitación fueron madurando en él una santidad de vida que culminó con su martirio. En una carta a sus padres desde Cuenca, con fecha de 9 de septiembre de 1935 dice: “… pero ahora para vivir en estrecho lazo en el hermoso cielo que espero está cercano! ¡Que alegría vivir desprendido de afectos desordenados y terrenos y esperar un cielo eterno! Esto pido para ustedes, esto pidan para mí: vivir escondidos con Cristo (en gracia) en Dios para después (muy pronto, pues la vida es viento) triunfar en el cielo. Encomiéndoles a la Mamá del cielo…”. El 7 de octubre de 1928 el Superior de Cuenca, P. Joaquín Chaubel, le escribió a su familia comunicándole el estado de la enfermedad; les decía: “No creo que sea nada inminente, pero juzgo necesario avisarles. Nuestro buen padre es un santito y creo que está deseando la muerte; así hacen las almas escogidas. Él mismo ha pedido todos los sacramentos y yo no he querido negárselos. A las tres y media de la madrugada acabo de dárselos y los ha recibido con gran devoción”.
La muerte de Julián, consecuencia lógica de su vida
Acostumbrado a mantener la caridad, esperanza y fe en medio de la enfermedad, y viviendo en medio de la tensión política en aquella Cuenca de 1936, fue madurando en su interior la idea del martirio. Un día, mientras contemplaba desde la azotea del convento una manifestación izquierdista, ante las proclamas de aquella comentó: “Qué dicha si pudiéramos morir mártires”.
Salió de San Felipe el día 20 de julio de 1936 junto con el H. Victoriano, que se responsabilizó de su atención a causa de la enfermedad. Se alojaron en la casa de Dª Eugenia y Joaquina Muñoz Girón (C. Andrés Cabrera nº 22) donde llevaron vida de recogimiento y oración, disponiéndose para lo que pudiese pasar. El tiempo que permanecieron allí, comenzó a intuir el fatal destino martirial y suspirando por él, entre bromas, decía: “Nosotros no tenemos mártires; a ver si vamos a ser los primeros mártires”. El 25 de julio, en que por indicación del superior, ambos fueron a alojarse en el Seminario, donde coincidió con el P. Gorosterratzu.
El día 31 de julio fueron martirizados los PP. Olarte y Goñi; el día 7 de agosto lo fueron un sacerdote y su sobrino abogado; el 8 sacaron del Seminario, donde estaba el P. Pozo al Sr. Obispo y a su secretario; el día 9 de agosto le tocó el turno al P. Julián Pozo que caminó junto al sacerdote D. Juan Escribano García.
Sus cadáveres fueron recogidos “en el hectómetro segundo del kilómetro ocho de la carretera de Cuenca a Tragacete próximo a esta Capital [de Cuenca]” (Cf. Acta de defunción del Beato Julián Pozo Ruiz de Samaniego: Registro Civil de Cuenca, Sección 3ª, Tomo 42, Folio 324, Número 642; inscrita el 13 de agosto de 1936). La causa de la muerte, según la presente certificación, fue una herida cerebral. “D. Crisóstomo Escribano pidió que le dejaran ir al martirio con sotana. Se lo concedieron. Después de herido todavía pudo gritar un ¡Viva Cristo Rey! –‘¿Todavía te atreves a gritar?’- le increparon los asesinos. Y en otra descarga lo abrasaron a balazos. Cuando el Juzgado levató los cadáveres se le encontró el escapulario colgado del cuello, el rosario en una mano y el crucifijo en la otra. ¡Todo un arsenal para el triunfo. El Padre Pozo murió como había vivido: en actitud amorosa de víctima; en postura de mártir clásico; de rodillas y rezando el rosario… seguro que sonrió a los verdugos y a las balas. Había sonreído siempre a todos y a todo, y se puede asegurar que no perdió la sonrisa sino con la vida” (De Felipe, Nuevos Redentores, Madrid, PS. 1962, p. 188).
S.S. Benedicto XVI firmó el 20 de diciembre de 2012 el decreto con el cual se reconoce el martirio del Siervo de Dios José Javier Gorosterratzu y cinco compañeros de la Congregación del Santísimo Redentor, lo cual permitirá su beatificación, misma que se realizara -Dios mediante- el 27 de octubre de 2013.
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