Federico nació en Ghyvelde, diócesis
de Lille, Francia, el 19 de noviembre de 1838, hijo
de Pedro Janssoone y de María Isabel Bollengier, campesinos de
buena posición económica, cristianos de profundas convicciones y padres de
familia numerosa. En el bautismo le pusieron el nombre doble
de Federico Cornelio.
A la edad de 10 años quedó huérfano
de padre, y cuatro años más tarde, en 1852, recibió
la primera comunión, después de una larga preparación. Realizó brillantemente
los estudios elementales en el Colegio de Hazebrouck y en
el Instituto de Ntra. Sra. de las Dunas de Dunquerque.
Sintiéndose llamado al sacerdocio, ingresó en el seminario, pero pronto
tuvo que dejarlo: su familia tenía que afrontar graves dificultades
económicas y Federico comprendió que su obligación era ayudar a
los suyos en tales circunstancias.
La madre de Federico falleció en
1861, cuando él tenía 23 años. La llamada a la
vida religiosa franciscana se va haciendo cada más clara y
apremiante en su espíritu, y en 1864, a la edad
de 26 años, Federico entra en el noviciado de los
franciscanos, en el convento de Amiens. Toda su vida recordará
con entusiasmo el fervor de esta primera etapa de su
formación franciscana. El 16 de julio de 1865, terminado el
noviciado, hace la profesión simple o temporal. Seguidamente pasa a
Limoges para cursar los estudios filosóficos, y luego es enviado
a la Escuela teológica de Bruges. El 26 de diciembre
de 1868 Federico hace la profesión solemne, y más tarde,
el 17 de agosto de 1870, recibe la ordenación sacerdotal.
El
P. Federico es llamado pronto a prestar su servicio como
capellán militar durante la guerra franco-prusiana. Terminada la guerra es
enviado a Branday, y después a Burdeos a fundar un
nuevo convento; aquí ejerce un intenso y fecundo apostolado sacerdotal
y religioso. Después fue trasladado a París, como bibliotecario del
convento. Y allí termina la etapa francesa de su vida.
En
1876 cambia el rumbo de la vida del P. Federico.
En efecto, ese año marcha a Tierra Santa, la patria
de Jesús, y allí permanecerá, en una primera etapa, hasta
1881, desempeñando el oficio de Vicario Custodial. En ese año
de 1881, es enviado por la Custodia de Tierra Santa
a Canadá para interesar a los fieles en el apostolado
y demás obras que desarrollan los franciscanos, y recoger limosnas
en favor de los Santos Lugares. Pero al año siguiente,
1882, termina su primera estancia en Canadá y regresa a
Tierra Santa, donde permanecerá hasta 1888.
Durante esta segunda estancia suya
en Palestina, aparte el servicio prestado en diversos santuarios, se
reveló, en la gestión de asuntos complejos, como un diplomático
hábil y digno, lleno de tacto y rectitud. Y así,
a él se deben los Reglamentos del Santo Sepulcro y
de Belén. Junto a este Santuario construyó la iglesia de
Santa Catalina, parroquia de los católicos de Belén, aprovechando estructuras
de una iglesia anterior, más pequeña.
En junio de 1888 llegó
el P. Federico a Canadá, lleno de entusiasmo y de
proyectos, confiando en la divina providencia, y allí permaneció hasta
su muerte, sin volver ya más al País de Jesús,
aunque no cesará de trabajar para él en su calidad
de Comisario de Tierra Santa. Al principio se estableció en
Montreal, pero poco después se trasladó a Trois-Rivières, donde emprendió
la tarea de restaurar la vida y las actividades apostólicas
que los franciscanos comenzaron en Canadá el año 1615.
Los 28
años que pasó el P. Federico en esta segunda etapa
en tierras canadienses, pueden dividirse en dos períodos: 1888-1902 y
1902-1916.
Durante el primer período nuestro Beato se entregó a la
promoción del culto, piedad y peregrinaciones al Santuario de la
Virgen Du-Cap, cercano a Trois-Rivières. Como verdadero hijo de san
Francisco, se empeñó en dar a conocer a la Madre
de Cristo, fomentar una tierna y profunda devoción hacia ella,
organizar liturgias y diversos cultos en el santuario, promover, organizar
y acompañar peregrinaciones, exhortando siempre a los fieles a ir
a Jesús por medio de María. El Señor se dignó,
por intercesión de su Madre santísima, otorgar gracias abundantes y
extraordinarias, y aun obrar curaciones que tuvieron gran resonancia. Y
así sucedió que el Santuario pasó de ser parroquial a
ser diocesano y después nacional.
El segundo período es el de
las famosas cuestaciones a fin de recaudar fondos para grandes
obras, como el Santuario de la Adoración Perpetua en Québec
o el monasterio de las Clarisas de Valleyfield. Al propio
tiempo el P. Federico seguía siendo un apóstol en plena
actividad apostólica: muchas misiones, predicación y catequesis, organización y dirección
de peregrinaciones, fundación y asistencia de fraternidades de la Orden
Franciscana Seglar, publicación de diversos escritos, etc.
Toda esta actividad tan
intensa no le impidió al P. Federico mantener su entrega
a la oración y a la penitencia, acompañadas de una
gran austeridad de vida, de una pobreza personal extrema, de
una marcada predilección por los pobres, de una sencillez, paciencia
y serenidad inalterables en las pruebas y dificultades, de una
plena y permanente conformidad con la voluntad del Padre.
El P.
Federico murió en Montreal el 4 de agosto de 1916
a la edad de 77 años; su cuerpo fue trasladado
a Trois-Rivières. De inmediato el pueblo sencillo, que tiene sentido
de lo religioso, empezó a venerar al "buen P. Federico"
como verdadero Siervo de Dios. Y el papa Juan Pablo
II lo beatificó el 25 de septiembre de 1988.
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