Del santo Evangelio según san Lucas 12, 13-21
En aquel tiempo, dijo uno de la gente a Jesús: Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. Él le respondió: ¡Hombre! ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros? Y les dijo: Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes. Les dijo una parábola: Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: "¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?" Y dijo: "Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea." Pero Dios le dijo: "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?" Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.
Palabra del Señor.
Comentario:
Las lecturas, de este domingo son como una obra musical; donde en cada pieza se va subiendo en animo hasta llegar a la apoteosis. La primera lectura (Eclesiastés (Cohélet): 1, 2; 2, 21-23) , nos presenta un drama tan antiguo como la vida misma. El hombre siente que todo esfuerzo para alcanzar el sentido y la felicidad en su vida es inútil. Los griegos describieron muy bien este drama, con la figura de Sísifo, el cual los dioses castigan teniendo que empujar una roca muy pesada, cuesta arriba en una montaña y, cuando está a punto de llegar a la cumbre, la piedra vuelva a rodar cuesta a bajo, teniendo que empezar de nuevo.
Este es el drama del hombre que no tiene a Dios, y pone toda su vida en las cosas de este mundo, parece que le queda poco, que está punto de alcanzar la plenitud; cuando de pronto sucede algo y todo se va a la porra, o sencillamente nos termina aburriendo aquello que parecía que nos colmaría el corazón.
Pero la segunda lectura (Col. 3, 1-5. 9-11), San Pablo nos invita a no dejarnos embaucar por el engaño del mundo (No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras...). Mientras que el autor de Eclesiastés, solo nos describe el drama pero nos deja sin solución, San Pablo nos invita a desengañarnos, creyendo que solo con las cosas que ofrece este mundo encontraremos la plenitud de nuestras vidas.
Y el evangelio ya es el culmen de esta sinfonía. El Señor toca la raíz del mal, que es la codicia. Se acerca a Jesús, un hombre que le pide que interceda para que su hermano reparta con él, la herencia. Y Jesús como siempre no entra en casos particulares, sino que va al origen del mal, que esta en el deseo obsesivo por algo; en este caso son los bienes materiales. En pocas palabras a este hermano no le interesa nada su hermano, pero que es que al otro tampoco; lo que mueve el corazón de los dos es la codicia.
Y Jesús acaba, con la parábola del rico que se siente tan satisfecho de sí mismo y, de sus ganancias, que arruina su vida; porque más tarde, o más temprano tendrá que despertar de su engaño; y quizás sea muy tarde porque antes le alcanzará la muerte, y ya no habrá lugar al arrepentimiento. Por tanto Jesús, nos quiere abrir los ojos para que no vivamos solo para nosotros mismos, porque arruinaremos nuestras vidas; no solo porque nos podamos condenar, sino porque desde aquí podemos empezar a vivir ya como condenados, sumidos en la tristeza, porque nuestra codicia no nos deja conocer el amor que Dios nos tiene.
Virgen María, Consuelo de los afligidos, calma todos nuestros agobios,
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